Por: Jaime Burgos Martínez – Abogado, especialista en derechos administrativo y disciplinario.
Hace más de medio siglo, cuando cursaba tercero bachillerato en el Colegio Juan XXIII-Seminario, de Montería, me cayó en suerte ser alumno del inigualable pedagogo y maestro de español y literatura Luis Ibrahím Murillo, cariñosamente conocido entre los estudiantes como el Negro Murillo, nativo del departamento del Chocó y radicado hasta el último día de su vida en la capital cordobesa.
En todos estos años, lo recuerdo con mucho aprecio y afecto por haberme indicado el camino del buen escribir, con la guía del texto Curso de español, del también inolvidable educador antioqueño Luis María Sánchez López, en que se exponen los conceptos sintácticos y morfológicos para el empleo correcto del idioma.
Pienso en mi maestro en el instante que quiero consignar alguna idea por escrito, pero bien ordenada; y se me viene a la mente la noción de la oración y sus clases, las partes que la conforman y sus complementos, y, sobre todo, la manera como estas se ordenan en el documento, mediante los signos de puntuación, que, al decir del recordado periodista español Gonzalo Martín Vivaldi, en su famoso y recién actualizado Curso de redacción, «Son tan precisos como las “señales de tráfico” en una gran ciudad. Ayudan a caminar y evitan el desorden» (2018:8).
De manera similar, en el aula nos explicaba el maestro Murillo, además de la sintaxis, la importancia de dichos signos; pero el que más dificultades presentaba era el punto y coma. Nos decía que su función esencial y preferente era la de separar oraciones que tienen un contenido o significado muy próximo y mantienen una relación de coordinación o subordinación; por ejemplo: [«Hay espíritus que vuelan; la poesía es el rumor de sus alas» (Amado Nervo)].
Sin embargo, su utilidad no se queda allí, puesto que, con el paso del tiempo, los ortógrafos, acertadamente, le han añadido otros roles tan importantes, en su cualidad de signo de yuxtaposición, como el mencionado, esto es, en la «Unión de dos o más elementos gramaticales contiguos del mismo nivel jerárquico y sin partículas intermedias que los relacionen» (DRAE 2010). De estas nuevas funciones pueden resaltarse dos:
- i) Destacar a una oración coordinada o subordinada que contiene una conclusión o explicación final, tras conjunciones adversativas, causales, consecutivas y concesivas; verbigracia: La “mermelada” en el Congreso de la República es irresistible; por eso, algunas veces, se aprueban proyectos de ley que no se ajustan a derecho ni a la realidad social y presupuestal del país.
- ii) «Cuando a una oración sigue otra precedida de conjunción, que no tiene perfecto enlace con la anterior: Ejemplo: “Pero nada bastó para desalojar al enemigo, hasta que se abrevió el asalto por el camino que abrió la artillería; y se observó que uno solo, de tantos como fueron deshechos en este adoratorio, se rindió a merced de los españoles”». (Álex Grijelmo, El estilo del periodista, 2018, páginas 266-267).
A pesar del beneficio anotado, querido maestro, el punto y coma ⸺que influye en la expresividad de la prosa⸺ se usa poco en la actualidad, pues el punto y seguido «suele sustituirlo con ventaja de modernidad», en palabras de la lingüista argentina Hilda Basulto, en su Curso de redacción dinámica (1994:116). No obstante, el párrafo estructurado con frases cortas separadas por punto y seguido, al estilo cortado o de telegrama, obliga a efectuar una tediosa lectura a trompicones. Quizá se debe a una mala imitación de lo que predicaba Azorín: «Tome una cosa, diga algo de ella y corte».
No se alcanza a imaginar, maestro Murillo, cuánto sería conveniente y provechosa su presencia, para la orientación no solo del uso del punto y coma, sino de cómo se organiza el pensamiento y cómo se expresa este de manera clara, sencilla, concisa y coherente, en las circunstancias actuales que vivimos: de redes informáticas desenfrenadas, en que se escribe de cualquier manera; de autoridades judiciales y administrativas que comunican sus mensajes con una confusión conceptual, debido a que estos no son bien concebidos en el momento de elaborarse; y de facultades de Derecho que carecen en sus planes de estudio de la enseñanza del arte de escribir y expresarse verbalmente, con la creencia de que la sola transmisión de conocimientos jurídicos adiestra hacerlo de forma correcta.
Por eso, mi querido maestro Murillo, no puede apartarse de mi mente su sabia sugerencia de que antes de escribir, si es posible, se debe hacer un boceto o borrador, pues, como decía el poeta francés Boileau, «Lo que bien se concibe se enuncia claramente»; de ahí que siempre he criticado aquellos jefes, convertidos, de la noche a la mañana, en correctores de estilo ⸺carentes de nociones lingüísticas⸺, en los que prevalece el argumento de autoridad, cuando el cargo lo que da es poder, mas no autoridad intelectual, porque esta se adquiere con el conocimiento de la materia.
¡Maestro Murillo!, esté seguro que ⸺esté en donde esté⸺ siempre lo invocaré con infinito agradecimiento para que desde la eternidad me auxilie con sus prudentes y sensatos consejos gramaticales y ortográficos, como lo hacía en nuestras queridas y siempre bien recordadas aulas.
Muy interesante e ilustrativo artículo.
Excelente artículo.
Excelente artículo.
Muy buen escrito y con muy buena puntuación!
Muy interesante artículo y con gran sentido práctico: además de un homenaje y testimonio de gratitud al maestro Murillo. (Espero haber usado bien el punto y coma)