Por: Marcos Daniel Pineda García
Tal vez el nombre Madagascar lo asociemos solo con una divertida película animada que narra las aventuras de un león y una cebra parlantes que escaparon de un zoológico en Nueva York, para acabar perdidos en una isla africana. Habrá quienes incluso crean que se trata de un lugar ficticio, salido de la imaginación de un estudio de Hollywood, para divertirnos en familia.
La verdad es que hablamos de un lugar tan pero tan real, que es considerado por la ONU como el primer país del mundo golpeado por la hambruna, a consecuencia del calentamiento global. Sí, ese fenómeno que también ha sido ampliamente explotado por los estudios de cine, y que quizá por ello a veces también creemos que solo hace parte de la ficción.
Lo cierto es, que cerca de un millón de personas al sur de esta isla separada del continente africano por el canal de Mozambique, se encuentran hoy en riesgo de morir de hambre, irónicamente en una de las regiones más biodiversas del mundo.
Algunos creerán que simplemente los malgaches, como se conoce a sus habitantes, están pagando las consecuencias de sus actos, del abuso de sus recursos naturales y de la contaminación que producen. Pues resulta que no es así, ya que al mismo tiempo se considera como uno de los países menos desarrollados del planeta, y por ende, uno de los que menos genera emisión de gases de efecto invernadero.
El problema radica en que como seres humanos no hemos querido entender, que sin importar en qué continente hayamos nacido y en qué lugar del mundo nos encontremos, hasta nuestras más pequeñas acciones afectarán en menor o mayor medida al planeta entero, ya que el calentamiento global, a diferencia nuestra, no necesita pasaportes para traspasar fronteras.
Aunque se entiende que los países desarrollados son los mayores aportantes a la contaminación que acelera el cambio climático, en regiones como Latinoamérica no podemos lavarnos las manos y también es nuestro deber revisar a conciencia lo que estamos haciendo y como nos sumamos a esta cadena de errores que más temprano que tarde, seguramente traerá consecuencias.
En el caso de Colombia, tan solo en 2020 fueron taladas cerca de 172 mil hectáreas de bosques, lo que resulta más alarmante, teniendo en cuenta que ese año la deforestación fue superior en un 8%, respecto a 2019.
Desde la década de los 90, los fenómenos climáticos se han hecho cada vez más extremos, generando pérdidas de cosechas, sequías, erosión del suelo, inundaciones y tormentas, entre otros, cuya inevitable consecuencia es el hambre, que inicialmente afecta a los países y a la población más pobre, pero que a la larga terminará afectando a todos por igual.
Pero mientras más lejos de nosotros ocurra una tragedia como la de Madagascar, más tranquilos estaremos al respecto, con la guardia baja, convencidos que no es problema nuestro solucionarlo y solo rondará en nuestra mente en forma de titular de prensa proveniente de una lejana región del mundo.
Lo irónico de esta situación es que la humanidad sabe lo que está sucediendo y por qué está sucediendo. Así mismo sabemos lo que debemos hacer para frenarlo. Por ello la principal pregunta que nos queda es: ¿Qué estamos esperando?
“La tierra provee lo suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de cualquiera”. Mahatma Gandhi