Por: Jaime Burgos Martínez – Abogado, especialista en derechos administrativo y disciplinario.
El director de este prestigioso portal de noticias me pidió que exponga, de manera sencilla y breve, algunas de las funciones que considere imprescindibles de uno de los más importantes signos de puntuación; pero olvidado en el cuarto de san Alejo: el punto y coma. Aunque no soy ortógrafo, ni gramático, ni corrector de estilo, sino un simple escribano (voz ya en desuso), por mi profesión de abogado, acepté la invitación.
Como ha de recordarse, la mayoría de historiadores coinciden en que el punto y coma tuvo su aparición, a comienzos del siglo XVI, en la imprenta del italiano Aldo Manuzio (1449-1515). Pero, en la actualidad, como bien lo afirma el respetable ortógrafo y ortotipógrafo español José Martínez de Sousa: «El uso de este signo tiene partidarios y detractores desde hace ya más de un siglo. Quienes desean evitar su empleo lo sustituyen, según los casos, por coma o por punto. Obsérvese, no obstante, que sustituir este signo por la coma suele resultar impropio, y por el punto supone practicar un estilo de escritura sincopado, telegráfico, de oraciones cortas y ritmo de lectura lento y poco ligado. En cualquier caso, en la prosa actual el punto y coma tiene un sitio propio e insustituible». (OOTEA 3:323).
Para el manejo del punto y coma, como signo delimitador de unidades textuales básicas (enunciado y párrafo), hay que tener claro, entre otros, el concepto gramatical de yuxtaposición en oraciones compuestas (sintácticamente independientes): unidas sin conjunción o expresión conjuntiva; es decir, puesta una al lado de la otra sin partícula de enlace, pero con unidad o conexión de sentido. Por ello, es conveniente recordar que el punto y coma representa una pausa intermedia entre la del punto y la de la coma, o sea, más marcada que la que se realiza con la coma, pero menor a la del punto.
De ahí que, dependiendo de la relación semántica (significado), se pueden utilizar la coma, el punto y coma y los dos puntos. La elección de uno u otro signo está supeditada ―se repite― a la vinculación semántica que existe entre las oraciones independientes. Si se considera que esta es muy estrecha o fuerte, es recomendable utilizar el punto y coma, y no los otros dos signos. Por ejemplo:
-Come algo; no tengo hambre (punto y coma).
-Mañana iré a la oficina, almorzaré por allí cerca (coma).
-Ayer tomé tinto con Fidel en el café de la esquina: no dijo nada importante (dos puntos).
En suma, como lo dice la filóloga española Carolina Figueras Solanilla, en un artículo titulado «La Puntuación», en el Manual práctico de escritura académica III (2000:124): «Con el punto y coma, el escritor instruye al lector a suponer que lo que dice tras este signo forma parte del mismo acontecimiento, argumento, operación o acción de lo que trata todo el enunciado. El punto y coma sirve para señalar proximidad de contenidos entre las secuencias que delimita, pero, a diferencia de los dos puntos, no ofrece ninguna pista acerca de cómo interpretar el nuevo segmento. Para ello, es necesario recurrir a los conectores».
Otra función relevante del punto y coma es cuando hace relación a una enumeración y ya se han utilizado comas; por ejemplo: La reunión del sábado estuvo muy concurrida, pues asistieron Mauricio Rocha, primo de mi amiga Juana; Josué Guerra, hermano de Oswaldo; Andrés Infante, marido de Lila, y Francisco Pérez, sobrino de Alfredo Bertel. Al respecto, hay que aclarar, por un lado, en la última oración de la serie, que comienza con la conjunción y (y Francisco Pérez, sobrino de Alfredo Bertel), se sustituye ―únicamente cuando comience con la conjunción y―, el punto y coma por una coma; y, por otro, si en la serie solo uno de los casos o miembros lleva aposición[1] o cualquier tipo de explicación, los demás, aunque no lo tengan, deben separarse con punto y coma; verbigracia: Mauricio Rocha, primo de mi amiga Juana; Josué Guerra; Andrés Infante, y Francisco Pérez.
El punto y coma también se usa para dar explicaciones o aclaraciones sobre algo que se acaba de expresar; por ejemplo: Mi compadre vive actualmente en Montería; desde hace tiempo estaba por irse de esta ciudad. Sin embargo, algunos estudiosos de la lengua española y, entre ellos, el lingüista madrileño José Antonio Millán, en su obra Perdón, imposible, asevera que, en esta circunstancia, el punto y coma podría sustituirse por los dos puntos, como en el siguiente caso, en un artículo técnico: «Pues bien, este dispositivo tuvo una vivencia muy corta; llegó al mercado a finales de los 70 y nos sirvió a algunos durante algún tiempo». (2003:42).
Además de las anteriores ilustraciones, es oportuno hacer referencia a dos reglas establecidas en dos textos antiguos (adaptados a la ortografía de hoy) sobre el uso del punto y coma para separar los dos miembros de estructuras causales, consecutivas, condicionales, adversativas, concesivas, etc., en períodos extensos, que, adecuándolas a la ortografía actual, la esencia de su concepto puede servir para la mejor comprensión de este olvidado signo, a saber:
Estudio sobre la construcción y puntuación de las cláusulas castellanas (Ortiz, José S. Turnhout (Bélgica-Europa) Establecimientos Brepols, segunda edición. Venta en Librería de Uzcátegui & co, Guayaquil (Ecuador), 190(?). Incluye opinión de don Rufino J. Cuervo, que falleció en Paris el 17 de julio de 1911.
[1] Diccionario de uso del español de María Moliner: «f. Gram. Unión de dos nombres [sustantivos] de los que uno es aclaración o especificación del otro, sin que exista entre ellos régimen ni concordancia; es especificativa, por ejemplo, en ciudad satélite, amarillo limón, color naranja, mi hijo Antonio, mi primo el médico; es explicativa o aclarativa en su padre, alcalde entonces…; Antonio, mi hijo; el médico, mi primo».
Se pone punto y coma, a pesar de la conjunción y, cuando después de una oración en que se sienta un principio general, se añade otra en que se da aplicación particular al mismo concepto, aplicándolo a determinado sujeto. Ejemplos:
«La justicia y la caridad no permiten hacer irrisión de nadie; y los que contraen este hábito odioso, pecan contra estas dos virtudes». (Estudio sobre la construcción y puntuación de las cláusulas castellanas:166).
Sobre esta regla, se observa que el gramático mejicano Ovidio Cordero Rodríguez, en su conocida obra Nuestra eñe, hace alusión a ella en otros términos así: «Una situación muy importante en la que debemos utilizar el punto y coma es tras haber mencionado una idea general y pasar a describir una particularidad: Todos los coches me han encantado; sin embargo, cuando vi el último modelo de BMW… O A mi padre no le gusta mucho el cine; eso sí, cuando ponen una del oeste no hay quien lo mueva del sofá». (2003:53).
Tratado de puntuación y acentuación castellanas. Henao, Januario. Barcelona, cuarta edición, 1907.
Todo período de alguna extensión que limita, amplía o desvirtúa el significado de su antecedente, va acarreado por el punto y coma. Esto se verifica casi siempre que uno de los miembros principia por las conjunciones mas, pero, porque, sin embargo, que, aunque, empero, y, etc. Expresas o sobreentendidas.
[…]
«Merece el hecho respeto y acatamiento, no por lo que es en sí, sino por lo que representa; y si el uso no es más que un hecho, le seguiré por necesidad». (M. A. Caro). [Tratado de puntuación y acentuación castellanas:45-46].
Estas reflexiones sobre el punto y coma no impiden evocar las enseñanzas del citado José Martínez de Sousa, de que en la puntuación, en general, intervienen cuatro factores: la sintaxis (orden de las palabras en la oración), la prosodia (pronunciación y acentuación), la longitud de los fragmentos y el gusto personal del escritor; por lo que no puede afirmarse que la puntuación es un hecho subjetivo, pues lo que existe es el gusto puntuario: optar por un tipo de puntuación (neutra, funcional o básica, suelta o trabada). Al respecto, Martínez de Sousa dice:
[…] Sin embargo, la subjetividad debe quedar matizada por el conocimiento del código puntuario del español. Como dice Polo (1974:116), «toda puntuación, por “literaria” o revolucionaria que sea, deberá partir de la norma». No se trata, pues, de que la puntuación sea subjetiva, sino que no existe una forma estándar de puntuar, igual y uniforme para todos y cada uno de los usuarios del lenguaje escrito. Si es cierto que, dentro de la norma, cada uno es libre de emplear uno y otro estilo de puntuación. (OOTEA 3:385).
A mi juicio, los signos de puntuación son necesarios para la organización del texto y están estrechamente ligados a la gramática y a la sintaxis, sin dar cabida a la alegada «subjetividad», que se convierte en arbitrariedad, y que torna a los escritos, por el desorden, en confusos y pesados. La puntuación puede adaptarse al temperamento de quien escribe, al establecer, por ejemplo, el ritmo del relato (rápido o lento); pero, de ninguna manera, desecharla. En el caso particular del punto y coma, como se ha visto, precisa las relaciones semánticas en el texto, separa enumeraciones complejas (con comas internas), deslinda unidades yuxtapuestas y demarca los dos miembros de estructuras causales, consecutivas, condicionales, adversativas, concesivas, finales, en períodos largos; todo ayuda a poner la palabra en el sitio exacto.
Y, para concluir, respecto de la arbitrariedad y la acomodaticia «subjetividad» en el uso de los signos de puntuación, recuerdo un episodio que escuché en mi época universitaria, del corte de la famosa novela del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, Yo, el supremo, en que la voz autorizada ―sin contradicción alguna― era la del dictador perpetuo y su relación con su obediente escribiente Policarpo Patiño. En efecto, había un hombre adinerado pero iletrado, que tenía un secretario instruido, a quien solía dictarle algunos textos, paseándose, de manera circunspecta, dentro de una oficina de ventanas grandes hacia la calle. En una de esas tareas, le dijo, intempestivamente, a su amanuense: ¡oiga!, Casimiro, hace rato que no ponemos el punto y coma, ¡¿póngalo?!, y no diga nada… ¿Es eso subjetivismo o arbitrariedad? ¡Complacido, señor director!