Por: Ruby Chagüi – Senadora de la República.
Desde 1896 y gracias a la visión del francés Pierre de Coubertin, fundador del Comité Olímpico Internacional, el mundo ha celebrado cada cuatro años los Juegos Olímpicos, con excepción de 1916, 1940 y 1944, años en los que las guerras mundiales impidieron su realización, y 2020, cuando las justas fueron postergadas hasta este 2021 por el COVID-19. Por segunda vez en su historia, la capital nipona es la sede de un certamen que traerá alegrías y emoción a todo el planeta, porque son 206 los Estados y territorios representados en la competencia, así como los refugiados, que tienen su propio equipo; y porque, como lo simbolizan los anillos olímpicos, los cinco continentes se unen en una competencia en la que lo más importante no es vencer sino haber luchado bien.
Al tiempo que se publica esta columna ya sumamos nuestra primera medalla de plata gracias al extraordinario desempeño del pesista Luis Javier Mosquera en la categoría 67 kilogramos, por eso contagiados del espíritu olímpico –que mi paisano Ciro Solano ha transmitido al frente del Comité Olímpico Colombiano–, nuestras energías deben estar con los 70 compatriotas, 48 hombres y 22 mujeres, que en el lejano oriente visten los colores y pronuncian los acentos de Colombia. Estos muchachos, ya los están dando todo para dejar en alto el nombre del país en dieciséis disciplinas deportivas (arquería, atletismo, boxeo, ciclismo, ecuestre, esgrima, gimnasia, golf, judo, levantamiento de pesas, lucha, natación, skateboarding, taekwondo, tenis y tiro), son fuente de admiración y un gran ejemplo para todos. Y lo son porque para ir “más rápido, más alto y más fuerte”, como dice el lema olímpico (citius altius fortius), hacen falta constancia, la ambición de alcanzar una meta y profundo amor por esta tierra.
Nuestros deportistas de alto rendimiento, que merecen más apoyo del Estado, la empresa privada y la ciudadanía, tienen disciplina estoica. Para obtener el tiquete de ingreso a los juegos olímpicos y lograr un desempeño decoroso en cualquiera de las modalidades de la natación de carreras, por ejemplo, nuestros atletas tienen que entrenar alrededor de siete horas diarias, seis días de la semana. En estas extensas jornadas, los deportistas deben nadar, en promedio, entre doce y dieciséis mil metros diarios, y hacer ejercicios en tierra que incluyen exigentes sesiones en gimnasio para aumentar la fuerza (los recorridos y la intensidad varían según el ciclo de competencia: hay épocas en las que se enfatiza el aeróbico -es el coloquialmente llamado cardio: intensidad moderada por períodos extensos en los que la energía se obtiene del oxígeno-, en otras el anaeróbico -distancias más cortas pero más intensas y con obtención de energía sin presencia de oxigeno- y en unas el entrenamiento para desarrollar el VO2 máx. o máximo consumo de oxígeno -el organismo se lleva al extremo para aumentar su potencial de absorción de oxígeno y su capacidad cardiovascular). A la extenuante actividad física -que se replica en todos los deportes- se suman otras tareas: cumplir una dieta rigurosa en la que abundan las calorías y las proteínas, pero en la que no pueden faltar las frutas y verduras; renunciar a fiestas y placeres en plena juventud, incluso a parte de la vida familiar; un entrenamiento psicológico permanente para lograr el foco y formar la mente de un campeón; y compaginar la vida deportiva con el estudio y el empleo porque, tristemente, son pocos los que pueden darse el lujo de vivir del deporte.
Competir lo mejor posible también demanda tener un propósito, saber lo que se quiere, porque solo está dispuesto al sacrificio quien antes se ha trazado un fin. Los mejores no se conforman con facilidad; por el contrario, siempre elevan la apuesta: siempre encuentran una marca por batir, un récord que alcanzar. Y más que rivales, saben que disputan consigo mismos: recorrer la milla adicional, hacer el esfuerzo extra, es, sobre todas las cosas, un imperativo individual.
A un nivel en el que se clasifica o no, se gana o se pierde, por milésimas de segundos, por décimas en la calificación de un jurado o, como dice el tango, por una cabeza, el objetivo fijado y el trabajo juicioso no bastan. Hay un punto en el que lo determinante por encima del talento y la dotación física es la moral, esa energía interior que permite encontrar fuerzas incluso cuando todo parecía que el cuerpo ya había desfallecido. Ahí juega un papel fundamental el amor al país al que se representa, pero también el amor de nosotros a quienes representan al país. Por eso el patriotismo de nuestros deportistas olímpicos, del que no hay duda, tiene que ser acompañado de un compromiso mayor de las autoridades públicas y más solidaridad de toda la sociedad civil. El respaldo económico y técnico tiene que crecer, las facilidades académicas deben expandirse, los patrocinios de la empresa privada deben incentivarse y los ánimos deben llegar hasta el otro lado del océano Pacífico, pese a los miles de kilómetros que nos separan de Japón.
Tokio nos entusiasma, Tokio nos llena de ilusión. Y no puede ser de otra manera después de haber alcanzado en diecinueve participaciones quince medallas de bronce, nueve de plata y cinco de oro, y luego de ver la bandera de Colombia con el amarillo del oro que todos quieren y del sol naciente arriba, al derecho y como es, llevada por dos hijos grandes del Urabá antioqueño -la siempre sonriente saltadora Caterine Ibargüen y el fuerte minimosca Yuberjen Martínez- escoltados por otros 68 de nuestros guerreros. ¡Muchos éxitos, muchachos: toda Colombia está con ustedes!
Encima. Afinia, filial de EPM, debe cumplirnos a todos sus clientes en Bolívar, Cesar, Córdoba, Magdalena y Sucre por lo que pagamos: energía de calidad. No merecemos volver a una situación igual o peor que la que teníamos con Electricaribe: nadie quiere pasar de Guatemala a Guatepeor.